Mucho más que un cambio de estación, la moda refleja el espíritu de los tiempos. Los colores, las texturas y los diseños no son ideas esbozadas al azar por creadores delirantes sino, de alguna manera, su interpretación de la realidad.
Previamente, los cazadores de tendencias que andan sueltos por el mundo comienzan a detectar pistas. Los cool hunters –a quienes las industrias vinculadas al diseño y la tecnología consultan para crear sus propuestas–, miran, oyen, ven, prueban. Todo aquello que es interesante para “envolver y vender” es registrado.
La moda, aunque efímera y pasajera, es el resultado de un trabajo profundo de investigación y observación. ¿Por qué? «Porque una sociedad que privilegia el juego caleidoscopico de las imágenes y las identidades, necesita conocer para comprender y, para ello, nada mejor que asomarse a las tendencias de cada temporada»
Buscando la felicidad en la moda
Lo que parecía ciencia ficción ya es una realidad. El mundo ha cambiado y lo seguirá haciendo a un ritmo vertiginoso. No queda otra alternativa que adaptarse. Sin perder la identidad, hay que fluir como el agua y desprenderse de todo aquello que nos impida cambiar. No depender de nada ni nadie. La moda lo manifiesta: los brillos, las transparencias, el lúrex y los tejidos tornasolados son el reflejo del agua.
En este movimiento permanente, todo suma, mirar para adelante y también para atrás. El vintage no es otra cosa que la reinterpretación del pasado. Lo que sí está de moda son las siluetas delgadísimas que se impusieron antaño. Hoy la salud y la nutrición están de moda y cuando de medidas se trata, la consigna es la normalidad de acuerdo con cada biotipo humano. Talles reales y comida sana. La presión social comienza a minimizarse y a privilegiar la autogestión. En las prendas aparecen volúmenes que sorprenden, abrigos enormes, faldas abultadas, amplitud en plisados”.
Es que vivimos el nacimiento de una nueva sociedad. Hay una nueva forma de vestir que adopta la complejidad, explica la socióloga. En las prendas, esto se ve en la exploración de nuevas formas: novedosos cerramientos, la deconstrucción, los cruces diagonales, prendas que pueden llegar a evolucionar con la presencia de la tecnología, como sensores.
Nuevos tiempos, nuevos espacios de moda
Y cuando de movimiento se trata, si hay algo que caracteriza la modernidad es la ilusión de estar simultáneamente en diferentes lugares. El tiempo tiene una impronta de presente continuo. Y en el diseño, se percibe cómo todas las décadas están presentes en un retro permanente y actualizado.
Tanto cambio redunda en una amplísima oferta de cosas por probar y experiencias por vivir. Hay un sutil mandato de poseer y ostentar, que en la moda se refleja en diseños con bordados, piedras aplicadas, hilos de oro y plata, pieles, terciopelos y corsets. Definitivamente, la producción en serie es una etapa superada. Esto se representa en la superposición como recurso en el universo de la estética, como las faldas sobre pantalones.
Pero no todo lo que brilla es oro y este es, también, un momento de una gran vulnerabilidad. No hay más que ver los cuellos elevados, las dobles abotonaduras y cantidades de cierres relámpagos, para adivinar la necesidad de protección.
En busca de la identidad perdida
Frente a un mundo que gira cada vez más rápido, de lo que se trata es de no perder la capacidad de pensar y elegir. En una sociedad que reemplazó la disciplina por un control tecnológico –celulares, cámaras de TV ocultas– el conocimiento es lo que va a permitir la libertad de elección.
Así como la intuición, el «sexto sentido» que también evidencia el ascenso de la mujer en la escala del poder social, y se traduce en prendas románticas, sensibles y femeninas como volados y moños.
El desafío parece ser no perder la identidad ya que esta permite a las personas obtener poder: el poder de una imagen. Las imágenes surrealistas y juegos dan la libertad para explorar el propio gusto y la propia identidad. También el poder está en la capacidad de movilidad, tanto virtual, como real.
En el mundo globalizado, hay una invitación a viajar permanentemente llevando todo a cuestas, pero también a celebrar la vuelta a casa. Esto se manifiesta en la comodidad de elementos transportables. Todo tiene su lugar y debe cumplir una función.
Hasta los objetos de lujo.
La celeridad de los cambios deja vislumbrar un mandato: “No hay que perder el tiempo”. Hay que actuar. Eso sí, siempre conectados, que los demás sepan que estamos haciendo. Siempre online. Todos interrelacionados en una misma red.